érase una vez en américa
Han comido y bebido bien, han reído y ahora van a jugar a las cartas. Nadie diría que están en guerra. Justo al sacar la baraja, Salvatore Lucania, que ahora se llama Charles Lucciano, se levanta de la mesa y anuncia que va al lavabo. Tal vez le dice al improvisado croupier “No se te ocurra hacerme trampas, sucio calabrés”. Todos ríen. En América no importa si eres siciliano, napolitano o calabrés: todos son italianos. Mientras Lucciano está en el lavabo, tres pistoleros irrumpen en aquel restaurante de Coney Island y matan a tiros al capo Joe Masseria y sus acompañantes. No preguntan si queda algún hombre de Masseria ni lo comprueban. Lucciano se salva. No es la primera vez, por eso le llaman El Afortunado. Nada se sabe de lo que hace cuando vuelve al comedor. Es seguro que no llama a la policía, porque un mafioso no hace eso nunca. Tampoco se queda a esperarla. La policía nunca resolverá el asesinato de Masseria ni interrogará por él a Lucciano, que desde ese momento da por conclu