El ardor de la sangre, de Irène Némirovsky. Salamandra, 2012.
En 2004 se publicó Suite francesa, novela interrumpida de Irène Némirovsky, que fue deportada a Auschwitz mientras la escribía. Le dio tiempo a guardar los cuadernos en una maleta que confió a sus hijas y que estas no abrieron en cuarenta años, temerosas de que contuviera los diarios de su madre durante la Ocupación. Cuando por fin lo hicieron, lo que estaba terminado de la novela salió a la luz, ganó el Premio Goncourt y devolvió el nombre de Irène Némirovsky a la actualidad. También inició la entusiasta publicación de toda su obra en España por parte de Salamandra, algo parecido a lo que había pasado con Sandor Marai, con el que Némirovsky no sólo comparte editorial: ella fue asesinada en la cámara de gas de Auschwitz y el húngaro decidió matarse aspirando el monóxido de carbono de su coche en su garaje de California. A Némirovsky la callaron y Marai decidió callarse para no dar coartada intelectual a una dictadura que podía tolerarlo a cambio de prestigio. Pasaron años entre su silencio y su muerte. Némirovsky fue arrancada de sus cuadernos por los gendarmes en Issy-Levecque, y su muerte casi llegó a la vez que su silencio.
En la famosa maleta también se encontraron unas cuantas hojas mecanografiadas de lo que parecía una novela y no era Suite francesa. Por fin se encontraron unas treinta páginas de apretada caligrafía en los archivos del IMEC (Institut Mémoires d l’ Edition Contemporaine) en París, entre los documentos que habían pertenecido a André Sabatier, editor y amigo de Némirovsky. Ese manuscrito no es otra cosa que El ardor de la sangre, espinazo o germen de novela confiado por Némirovsky a Sabatier en previsión de que le pasara algo, o tal vez dejada a un lado mientras se centraba en Suite francesa, obra que en sus notas Némirovsky intuye póstuma, y a la que debió dar más importancia que a una novela de cámara que empieza como una amable crónica arcadiana y va adentrándose en las entrañas del amor pasión y su poder destructor. Como digo, El ardor de la sangre no es una novela inacabada, sino esbozada, dejada para más adelante, pues la guerra y la tragedia habían irrumpido en lo cotidiano y había que escribir sobre ello.
Dicho esto ¿Vale la pena leer El ardor de la sangre? Sí, mucho. Es un placer ver el arte de Némirovsky esbozando la novela, cómo escoge a su narrador, cómo utiliza el paso de las estaciones para hacer avanzar la narración y cómo describe con perspicacia dos de los momentos más importantes de la novela: la boda rural y la comida del final de la cosecha. Por no hablar de la conquista que me parece mayor y que ya me admiró en Suite francesa; la ecuanimidad, ese tono de gran narración cuando lo que se está contando es inmediato y terrible. Porque usted puede describir con ecuanimidad la Batalla de Borodino sentado en su dacha cuarenta años después, pero describir con ecuanimidad la desesperada fuga de los parisinos hacía Orleans mientras los boches bombardean el barrio, que diría Lennon, cuando además usted misma se está fugando, está al alcance de muy pocos. Para entender lo que digo basta echar una ojeada a lo que escribe Céline sobre lo mismo en Guignol’s band.
Esa conquista del gran tono narrativo, de la comprensión del corazón humano, tomado tal cual es y no como nos gustaría que fuera es la entrada de Némirovsky en la madurez de su arte, interrumpida de manera cruel por el fanatismo y la indiferencia. Si leemos El vino de la soledad, vemos que Némirovsky ama demasiado a su padre y odia demasiado a su madre para ser ecuánime, y su escritura se resiente, es más convencional. Estamos ante la famosa diferencia sutil pero brutal entre escribir bien y el arte verdadero, que dijo Capote. De nuevo acudo a Marai para explicarlo. Muy buenos escritores de entre guerras, muy profesionales en lo suyo, mientras Marai parece autolimitarse siempre en el terreno del escritor profesional que escribe sus novelas y artículos para los periódicos sabiendo muy bien lo que se vende –teniendo, eso sí, un nivel de exigencia superior al de un Maugham, por ejemplo- y que no apetece o no se permite de aventuras más allá de ellos, a Irène Némirovsky no le dieron la oportunidad de superar sus límites, más allá de estos fragmentos hallados en una maleta. Como ya hemos dicho, la llevaron a Auschwitz y la incorporaron para siempre a un poema de Paul Celan –tu pelo dorado, Margarita/tu pelo de ceniza, Sulamita.
Si Suite francesa, terminada, hubiera sido una gran sinfonía, un fresco monumental de la Ocupación y la Guerra, El ardor de la sangre, podría haber sido un cuarteto de cuerda delicioso, una exhibición de la maestría de su autora para combinar instrumentos, escoger temas.

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