Rayuela, una reseña
Como Raymond Chandler, Julio Cortázar publicó su primera novela a los
cincuenta años, después de haber logrado fama escribiendo cuentos. En ambas
novelas el protagonista va detrás de encontrar algo, ya sea lo que hay más allá
de las palabras o el paradero de Rusty Reagan. Prefiero El sueño eterno
por motivos sentimentales, pero voy a hablar de Rayuela.
Julio Cortázar se exilia en París en 1951, poco después de publicar Bestiario,
por su desacuerdo con el régimen de Juan Domingo Perón. Allí trabaja como traductor
de la UNESCO y sigue escribiendo. Toda esa década en París y su contacto con
los diversos movimientos culturales y literarios están muy presentes en Rayuela.
El existencialismo, el nouveau roman, la nouvelle vague, la patafísica del
Olipo, e incluso la beat generation, algunos de cuyos miembros pasan temporadas
más o menos largas en París -uno de los fragmentos de De otros lados es un
poema de Ferlingethi, Cortázar es un escritor argentino que cuando lo
entrevisten en A fondo más adelante tendrá acento francés.
En los cuentos que había escrito hasta entonces la irrealidad y el
absurdo van apareciendo poco a poco en la vida cotidiana hasta que la permean y
ocupan por completo, como ya sucede en el magistral Casa tomada. Lo más
largo que había escrito Cortázar antes de escribir Rayuela era El
perseguidor. En este relato, un músico de jazz drogadicto, cuyo modelo era
Charlie Parker, le explicaba todo el rato al narrador que quería abrir la
puerta que daba al otro lado, hurtarse a una realidad que estaba hecha
de lógica y por tanto de palabras, cosa que había logrado alguna vez mientras
tocaba el saxo o viajaba en el metro. Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela,
también quiere encontrar la puerta, el espejo, el agujero, el pasaje hacia el
otro lado. Incluso hay una referencia explícita a The doors of perception,
de Aldous Huxley ¿No parece sacado de un fragmento de Rayuela que dos
años después de que se publicase se formase un grupo de música en Los Ángeles,
California, llamado The Doors y que su cantante, un chico tejano estudiante de
cine fascinado por Blake o Rimbaud, acabase muriendo en París, como el mismo
Cortázar? ¿No parece un eco de Rayuela que este cantante, Jim Morrison,
escribiese y cantase una canción titulada Break On Through (To The Other Side)?
Rayuela se divide en dos mitades no especulares
y una especie de tercera dimensión que no pertenece ni a una ni a otra y por
eso se llama De otros lados. La propuesta para transitar por todo esto
es no hacerlo como en una novela convencional, de la primera a la última
página, sino a saltos, avanzando y retrocediendo, dando algún que otro rodeo.
Cortázar podria haberlo hecho como William Burroughs en El almuerzo desnudo,
tirando los folios al aire para que los ordenase el azar, pero era un señor
bien educado que trabajaba como traductor en la UNESCO y no un bárbaro tejano
–como Morrison- heroinómano, así que lo que hace es poner un numerito al final
de cada fragmento que remite al fragmento que hay que leer a continuación. Un
poco un tenga la bondad. Propone así un juego, que como es sabido debe
jugarse con absoluta seriedad.
El lado de acá, París, abunda más en las calles, las direcciones, los
cafés y restaurantes y en el tema de lograr entrar en el más allá de la
realidad y los métodos para lograrlo: el jazz, el tarot. La mística, el zen,
junto con la insuficiencia del lenguaje para comprender el mundo. Esto a menudo
se discute en El club de la serpiente, que es el grupo de amigos en el
que están La Maga y Oliveira, con el que van a emborracharse y a escuchar jazz.
La serpiente no es sólo la que dio conocimiento a Eva y Adán en el Paraíso,
sino que mediante el caduceo puede relacionarse con Hermes, guía de las almas
en el otro mundo y que cuando recibe el adjetivo de trismegisto –adjetivo que
aparece aquí y allá en el texto- alude a un sincretismo con el dios egipcio
Toth -también citado- que entre otras cosas es el inventor de la escritura y el
patrón de la magia. El héroe oracular de este lado es Morelli, un anciano
escritor semidesconocido, de culto, al que el Club admira mucho y que Oliveira
conoce casualmente cuando lo atropellan delante de él en uno de sus paseos por
París. Parte de sus notas para escribir novelas y fragmentos de sus libros
están recogidos en De otros lados.
El fiel de la novela es el episodio en el que Oliveira no tiene más
remedio que repatriarse por un incidente de orden público que provoca que no le
renueven su carte de sejour. Tiene que volver a Buenos Aires, el lado de allá,
donde hay una menor referencia al callejero y sin embargo el lenguaje va
cambiando sutilmente hacia un argentino más compadrito. En Buenos Aires
Oliveira se reúne con su amigo Traveler, que podría ser él mismo si hubiese
viajado y abandonado Argentina alguna vez, y su mujer, Talita. Gana aquí
protagonismo el tema de el otro o el doble, que Cortázar ya había
tratado en Lejana, por ejemplo. Se dan una serie de episodios algo
grotescos, como el del tablón, y la tensión va subiendo entre los amigos a
cuenta de Talita. Primero trabajan los tres en un circo y después en un
hospital psiquiátrico y se va llegando a un climax final que Oliveira
hace tan alambicado como la venganza de Hamlet, otro charlatán. El lugar de
Morelli lo toma aquí el uruguayo Ceferino Piriz, cuyas cartas y fragmentos de
sus ensayos engrosan también De otros lados.
Y qué son al fin y al cabo esos otros lados. Son un grupo heterogéneos
de fragmentos que incluyen poemas, cartas al director, artículos científicos,
notas personales de Morelli o Piriz... Cortázar podría haber hecho como Camil
Petrescu en El lecho de Procusto y haber usado todo eso como notas a pie
de página, pero de nuevo por su buena educación los ha puesto todos juntos fuera
de la acción y nos ha dicho que son prescindibles. Sin embargo, la
función que cumplen es la de ser aplazadores del final y eso no tiene nada de
prescindible, de hecho forma parte del relato y de la novela desde los albores
de los mismos. Se trata de volver a Sherezade o Penélope, las dos aplazadoras,
que tratan de alejar el final para evitar la ejecución o elegir un marido. Una
dejando el final para mañana, otra deshaciendo todo lo que ha hecho durante el
día. Y eso es una novela: argumento más palabrería.
No me gustaría acabar sin señalar una curiosidad, una presencia que se
hace evidente en la novela y que hasta donde yo sé nadie señala cuando habla de
ella: la de Louis-Ferdinand Céline. Y no solo porque Oliveira lo cite muy hacia
el final de la novela, sino porque su tono, su mirada, están en el episodio de
Berthe Trepart, en el de la fiebre de Rocamadour, en el de la clocharde que le
acaba haciendo una mamada en plena calle a Oliveira –este es el motivo por el
que es detenido, metido en un furgón policial junto a dos pederastas que juegan
con un caleidoscopio y expulsado de Francia- y en todo el tramo final que se
desarrolla en el hospital psiquiátrico. El viaje al final de la noche también
puede ser un viaje hacia el otro lado.
Para terminar, se puede decir que Rayuela es Cortázar por otros
medios. Es una novela, una primera novela muy ambiciosa, casi con
intención de clásico, si no fuera por el sentido del humor de Cortázar y, sin
embargo, la sensación que acaba dejando es que ha tratado de lograr de una
manera muy compleja, con mucha teoría, razones, reflexión y alarde algo
que Cortázar ya había logrado en sus cuentos de manera natural: mezclar el otro
lado con este. Ser a la vez extraño y familiar.
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