érase una vez en américa
Han comido y bebido bien, han reído y
ahora van a jugar a las cartas. Nadie diría que están en guerra. Justo al sacar
la baraja, Salvatore Lucania, que ahora se llama Charles Lucciano, se levanta
de la mesa y anuncia que va al lavabo. Tal vez le dice al improvisado croupier
“No se te ocurra hacerme trampas, sucio calabrés”. Todos ríen. En América no
importa si eres siciliano, napolitano o calabrés: todos son italianos. Mientras
Lucciano está en el lavabo, tres pistoleros irrumpen en aquel restaurante de
Coney Island y matan a tiros al capo Joe Masseria y sus acompañantes. No
preguntan si queda algún hombre de Masseria ni lo comprueban. Lucciano se
salva. No es la primera vez, por eso le llaman El Afortunado. Nada se sabe de
lo que hace cuando vuelve al comedor. Es seguro que no llama a la policía,
porque un mafioso no hace eso nunca. Tampoco se queda a esperarla. La policía
nunca resolverá el asesinato de Masseria ni interrogará por él a Lucciano, que
desde ese momento da por concluida la guerra con Salvatore Maranzano y se
convierte en su mano derecha.
Hay al menos dos fotografías famosas
del cadáver de Masseria. Una de ellas es la de un hombre gordo tumbado
bocarriba en el suelo, con un brazo extendido y su enorme vientre a punto de
salirse de la camisa. Se parece a la fotografía del cadáver de Albert
Anastasia, que será asesinado en la barbería del Hotel Park Sheraton más de
veinte años después, salvo por dos detalles: Anastasia también está tumbado
bocarriba en el suelo, pero alguien le ha subido la camisa y ha dejado su
vientre al descubierto y alguien, tal vez la misma persona, le ha puesto la
toalla de la barbería sobre la cara. Masseria y Anastasia tumbados en el suelo,
Dutch Schultz caído de bruces sobre la mesa de un restaurante, con el impacto
de la bala que lo ha matado en el espejo de la pared que queda tras él. Hay
toda una galería de estas fotos de mafiosos asesinados, pero la segunda foto
del cadáver de Masseria es tal vez la más famosa de ellas. Se trata de un
primer plano de su mano inerme y ensangrentada. Tiene encajado entre los dedos
anular y corazón un naipe, también manchado de sangre: el as de picas.
El as de picas es la carta de la
Muerte. Es, además, la carta que lleva el sello de la imprenta como garantía de
que se han pagado las tasas impuestas para la fabricación de naipes, al menos
en Inglaterra, desde los tiempos del rey Jaime I. Tal vez por eso se
consideraba entonces la carta de valor más alto. Los piratas ya la usaban como
advertencia, bien entregándosela a los traidores, bien dejándola sobre su
cadáver, algo que Stevenson recoge de manera algo distinta en La isla del
tesoro. También los soldados estadounidenses en Vietnam la dejarían sobre
los cadáveres de los guerrilleros norvietnamitas o sobre el mismo campo de
batalla, para explotar la naturaleza supersticiosa del enemigo. El gangster
Salvatore Bill Bonanno le dirá al periodista Gay Talese, más o menos, “Habrá
oído hablar de La guerra de los Bonanno. Bien, pues en esa guerra
murieron seis personas, todas del oficio. Nada de civiles, nada de víctimas
inocentes ¿Ha visto lo que han hecho nuestros soldados en Mi-Lai? Bien, pues
para el gobierno de los Estados Unidos yo soy un criminal, pero los soldados
no”.
Piratas y soldados americanos usaron
el as de picas, pero la Mafia no, así que es muy improbable que Charles Lucky
Lucciano encajara el naipe entre los dedos de Masseria, lo que nos deja como
sospechosos a la prensa o a la policía. La Mafia tenía otras señales: un pez
envuelto en el periódico del día para decirle a tu familia que estabas en el
fondo del mar, una espina o flor de cactus en el bolsillo del cadáver de quien
les hubiese robado dinero o una piedra encima o dentro de la boca del cadáver
de un soplón. Esto último significa lo mismo que La sonrisa de Glasgow.
Se cree que La sonrisa de Glasgow
se originó en los bajos fondos de esa ciudad escocesa y con el tiempo llegaría
a los hooligans del Glasgow Rangers, hermanados con los Chelsea
Headhunters, aficionados de ese club de Londres, en el que jugaron muchos
escoceses en los años veinte del siglo veinte. Unos y otros solían dibujar La
sonrisa de Glasgow en la cara de algún aficionado rival. Consiste en hacer
dos cortes longitudinales, uno en cada comisura de la boca, para después hacer
chillar a la víctima y que la contracción de los músculos maseteros aumente el
desgarro y deje la boca como una sonrisa siempre abierta. También en mi barrio
se usaba algo parecido para señalar a los chivatos, pero el trazo no siempre
era longitudinal y se hacía en las mejillas, pero sin llegar a la boca. A los
cobardes se les pinchaba con la punta de la navaja en un glúteo.
El caso más famoso de sonrisa de
Glasgow es el de Elisabeth Short, cuyo cadáver fue encontrado en un solar
entre las calles Coliseum y 39 Oeste de la ciudad de Los Angeles, el 15 de
enero de 1947. A una mujer que llevaba a su hija al colegio le pareció ver un
maniquí tirado en el solar. Al acercarse para verlo mejor se quedó horrorizada:
lo que había visto era el cuerpo desnudo de una mujer joven seccionado en dos a
la altura de la cintura. Tenia los brazos levantados por encima de la cabeza,
las piernas abiertas y la boca congelada en una espantosa mueca que le dejaba
los dientes al descubierto. La autopsia demostró que Elisabeth Short había sido
torturada hasta morir durante dos o tres días: la habían tenido colgada del
techo por las muñecas y después cabeza abajo por los tobillos, le habían roto
las rodillas con un objeto contundente, tal vez un bate de beisbol, le habían
arrancado el pezón derecho, le habían quemado con cigarrillos y en algún
momento le habían hecho dos cortes, uno en cada comisura de la boca, y al
gritar se le había deformado la cara. También le faltaba un ojo. Todo eso se lo
habían hecho en vida y, una vez muerta, por la misma tortura, la cortaron en
dos mitades y drenaron toda su sangre, tal vez en una bañera. Aun hoy no se
sabe quién o quiénes mataron a Elisabeth Short. Su caso es, junto a los
asesinatos de Zodiac, el crimen sin resolver más famoso de la historia
de América. Se han escrito docenas de libros, incluyendo una novela de James
Ellroy, y hecho decenas de documentales sobre él, siguen en circulación
centenares de teorías, a cuál más disparatada. Una de ellas relaciona el
asesinato de Elisabeth Short con los de El Asesino de los Torsos de
Cleveland, un asesino en serie que acabó con la carrera de Elliot Ness,
como a su vez este había acabado con la de Alfonso Capone.
Torso sembró el terror en Cleveland entre
1935 y 1938, aunque algunos investigadores creen que su actividad pudo extenderse
entre 1920 y 1950. Sus víctimas fueron tanto hombres como mujeres, vagabundos o
temporeros de La Gran Depresión, a los que mataba por decapitación y después
desmembraba. A algunos varones también los emasculó. De las trece víctimas
confirmadas que se le atribuyen sólo pudieron ser identificadas tres. A las
demás se las llamó John o Jane Doe y se les asignó un número
según su orden de aparición, excepto a la que hoy se supone que es su primera
víctima, que apareció a orillas del Lago Eire, por lo que se la llamó La Dama
del Lago, como la novela de Chandler, y a una víctima másculina, un
muchacho de unos veinte años, que en las fotos policiales parecería estar
dormido, a no ser porque su cabeza está separada del cuerpo, con el torso
profusamente tatuado. Tal vez llevase también tatuajes en los brazos que no se
encontraron; tal vez llevase tatuado el as de picas.
Hay una diferencia fundamental y
evidente entre los crímenes de Torso y el de Elisabeth Short: Torso
cercenaba manos y cabeza, que a menudo no se encontraron, para dificultar la
identificación de las víctimas y solía esconder los cuerpos en la maleza o los
arrojaba a ríos o lagos; el cadáver de Elisabeth Short fue dejado a la vista de
todo el mundo, desnudo y en una postura llamativa y se cree que fue descubierto
apenas unas horas después de ser dejado allí. Poco después enviarían por correo
al Departamento de Policía de Los Angeles la agenda de Elisabeth bañada en
acetona y una nota anónima en la que se acusaba a la policía de no hacer lo
suficiente para resolver el crimen. La firmaba El Vengador de La Dalia Negra.
Así es como había empezado a llamarla la
prensa, que se había abalanzado sobre su cadáver para vender más y más
periódicos, sin ningún tipo de escrúpulo. Inventaron que vestía siempre de negro y que
era misteriosa y solitaria, que se citaba con hombres y era una especie de femme
fatale que se hacía llamar La Dalia Negra, pero nada de eso era
cierto: la llamaron La Dalia Negra porque el año anterior se había
estrenado una película de éxito protagonizada por Veronica Lake que se titulaba
La Dalia Azul. Su guionista fue nominado al Oscar por el mejor guion
original, aunque para poder terminarla tuvo que volver a la bebida e ingresar
después en un centro de desintoxicación. Se llamaba Raymond Chandler.
Raymond Chandler luchó contra su
adicción al alcohol durante casi toda su vida adulta. En parte fue ella la que
lo empujó a escribir, porque gracias a ella se quedó sin trabajo en 1932. Los
largos períodos de sobriedad solían venirse abajo en momentos de éxito social o
de angustia. Después de quedarse viudo en 1954 se juntaron las dos cosas, pues
a la depresión de haber perdido al que fuera el amor de su vida se unió su
inesperado éxito literario e intelectual en Reino Unido, donde pasaría largos
períodos del año. En California, Chandler había tratado de suicidarse tres
veces, pero era incapaz de disparar una pistola. En 1959 se las arregló para
conseguir una entrevista en un hotel de Nápoles con un exilado americano, un
señor de mediana edad, porte elegante y cara picada de viruela: Charles Lucky
Luciano, al que el gobierno de los Estados Unidos había excarcelado a cambio de
que se largase del país en pago por sus servicios durante la Segunda Guerra
Mundial. La entrevista sólo se publicó póstumamente y es un despropósito, una
traición a los principios de la inmortal creación del escritor, Philip Marlowe,
que siempre estaría enfrente de los Lucianos, por encantadores que fuesen.
Chandler y Luciano se cayeron bien, bromearon, bebieron alcohol, no jugaron a
las cartas. Luciano no dejó sólo a Chandler en el bar para ir al lavabo y
Chandler consiguió volver vivo a California, aunque moriría ese mismo año.
Luciano moriría de un infarto tres años después, en el aeropuerto de Nápoles.
No hay fotos del cadáver de Luciano, nadie le dejó un as de picas entre los
dedos.
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