Rara flor tropical.

 


Decía Andy Warhol que nada daba tan buen resultado como el objeto inadecuado en el lugar apropiado y esa es una frase que puede decirse sin miedo a equivocarse a propósito de Jean Rhys. Jean Rhys pertenecía tanto a este mundo como un meteorito. Nacida en Dominica, en Las Antillas, de padre galés y madre criolla, quiso marcharse a Inglaterra en la adolescencia, fascinada por todos los libros que había leído sobre ella, en ninguno de los cuales se mencionaba que allí hiciese frío. Ese frío y el color gris de un país gris, de calles grises y gente gris conmocionaron de tal manera a la joven caribeña que nunca se recuperó. Con ochenta años seguía reprochándoles a Inglaterra y a los ingleses las mismas cosas.

Acogida por su tía Clarice, entró en un colegio femenino donde le llamaban West Indies. Abandonó a ambos para dedicarse el teatro hasta que se dio cuenta de que el público la aterrorizaba. Por entonces había trabajado como corista en gira permanente por el norte de Inglaterra y llegó a hacer de extra cinematográfica para sobrevivir. Tuvo un lío con un hombre rico y de buena posición, que la dejó embarazada y que para no arruinar su carrera en la City la hizo abortar y después la abandonó, sumiéndola en la desesperación. Por si fuera poco, los cheques mensuales que le enviaba y a los que no podía renunciar la hacían sentirse miserable.

Su epifanía como escritora está narrada de manera conmovedora en su biografía inacabada Una sonrisa, por favor. Un día de Navidad, en un mísero apartamento de Bloomsbury, tiene la intención de tomarse toda una botella de ginebra y saltar por la ventana cuando viene a visitarla una amiga de sus tiempos de corista. Le trae unas zapatillas rojas como regalo. Cuando Jean le explica lo que está a punto de hacer, la otra contesta Pero querida, no podrías. Este piso no es lo suficientemente alto. Acto seguido la convence para que se mude a Chelsea. Cuando va a una tienda para comprar cuatro chucherías con las que decorar su nuevo cuarto compra también plumas y cuadernos, sin saber por qué. De vuelta a casa, empieza un trance de diez días con sus noches en los que escribe sin parar todo lo que le ha pasado desde que llegó a Inglaterra: el teatro, su vida de corista, el asunto de su amante. Lo hace con tal vehemencia que provoca las quejas del resto de los huéspedes. A partir de entonces sabrá que hay algo en lo que puede volcar toda su extrañeza y su tristeza, su insólita percepción de todo lo que la rodea.

Me gustaría hacer aquí un pequeño inciso: es sin duda fascinante que Jean Rhys y Virginia Woolf fuesen vecinas por un breve espacio de tiempo en Bloomsbury y que ninguna de ellas supiese nada de la otra. Imaginemos un encuentro para tomar el té entre ambas, tan dolorosamente sensibles, tan suspicaces, los tentáculos de una chocando contra las antenas de la otra, una sucesión de silencios y de pequeños malentendidos; una demasiado inglesa para la chica antillana, la otra demasiado caótica para la señora inglesa. Continuemos.

Se acabará casando con el escritor, poeta y contrabandista de arte Jean Lenglet, al que acompaña a vivir a Viena y a París, recién acabada la Primera Guerra Mundial. Tienen un hijo que muere de neumonía a las tres semanas de vida. Malviven en el París de entreguerras. Jean traduce unos textos de su marido para venderlos a algún periódico inglés. Allí le preguntan si ella también escribe y sin pensarlo entrega sus cuadernos. Llegan a manos de Ford Madox Ford, por entonces director de la Trasatlantic Review, que enseguida reconoce en ellos el talento de una escritora original y los publica, como hará con los cuentos que integran La orilla izquierda, primer libro de Jean Rhys. Es entonces cuando Langlet entra en prisión por un turbio asunto de contrabando y Ford se convierte en amante de Jean, con la anuencia de su mujer, que cree que puede ser una experiencia positiva para el arte de su marido. De este lío a cuatro bandas sacará Rhys el material para su primera novela, Cuarteto.

Si llegó a publicarse fue gracias a la insistencia del agente literario Leslie Tilden Smith, que acabaría convirtiéndose en su segundo marido. Gracias a su paciencia, comprensión y confianza en el talento de Jean esta pudo publicar además Después de dejar al señor McKenzie (1930), Viaje a la oscuridad (1934) y Buenos días, medianoche (1939). Él se convirtió en su primer lector, le brindó todo su apoyo y le consiguió contratos y ella le devolvió arañazos, ojos morados y jarrones y máquinas de escribir rotas, cada vez más lejos en el camino del alcohol y la locura. Al estallar la Segunda Guerra Mundial Leslie se incorporó con alivio al servicio activo y Jean lo siguió por todas las poblaciones en las que se acuartelaba, siempre con problemas con el alcohol, los vecinos y la policía. Leslie murió de un ataque al corazón en 1944.

El tercer marido de Jean no tenía ni idea de literatura y además estaba enfermo. Ella se dedicó a sobrevivir y a cuidarlo y el mundo olvidó que una vez hubo una escritora llamada Jean Rhys, hasta que un lector de la editorial Andre Deustch, Francis Windman, encontró los antiguos libros de Jean, quedó fascinado y se puso a buscarla. Al mismo tiempo se publicó el siguiente anuncio en el New Statement:

“Se ruega a Jean Rhys, o a cualquiera que conozca su paradero, tenga la amabilidad de ponerse en contacto con Shasha Moorson, departamento de programación de la BBC, en relación con una futura emisión en el Tercer Programa de Buenos días, medianoche

La encontraron cuidando de su marido en Devon, en una casita destartalada, y descubrieron, además, que Jean había seguido escribiendo y que había tenido una idea loca y maravillosa: explicar la historia de la esposa loca de Jean Eyre desde su punto de vista. Aun incompleta, esa novela, Ancho mar de los sargazos, entusiasmó a los de Andre Deustch. Tuvieron que esperar a que muriera su marido y a que la propia Jean sobreviviera a un infarto y a que un sueño le revelase que debía entregar la novela para publicarla. Corría 1966 y fue como la erupción de un volcán que se creía extinguido; el mundo por fin redescubrió a Jean Rhys, ya que fue un éxito de crítica y de público y arrastró con ella la reedición de sus novelas anteriores, excepto Cuarteto y la aparición de dos volúmenes de cuentos, Los tigres son más hermosos y Que usted la duerma bien, señora. Jean Rhys estaba escribiendo su autobiografía cuando se murió. Pero antes, como Dios es el más grande de los humoristas, Su Majestad Británica la nombró Dama Comandante del Imperio Británico, tal vez para que perdonara el frío y el color gris que había tenido metidos en los huesos desde que llegó.




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