extraño en el paraíso
Cuando era pequeño, Manuel Puig creía que la vida de todos los días, la
de ir al colegio, comer con papá y mamá, pasear por la calle, etcétera, allá en
General Villegas, en la Pampa Seca, era en realidad una película: un western de
serie B en el que había ido a parar por equivocación. La vida verdadera la
encontraba en la pantalla plateada del cine al que iba o bien con su madre o
bien con la criada, pero nunca con las dos a la vez; en la alta comedia de los
años treinta, en los musicales de la RKO o de la Metro. Estaba convencido de
que fuera del pueblo la vida era tal cual allí se proyectaba. Su desilusión
llegó al marchar a Buenos Aires y ver que aquello no era una alta comedia o un
musical, sino una variante urbana de un western de serie B al que había ido a
parar por equivocación. Decidió entonces que tenía que trabajar en el cine a
toda costa y estudió inglés e italiano y ganó una beca para ir a estudiar al
Centro Experimental de Cinematografía en Roma, donde aprendió dirección y guion.
Llegó incluso a trabajar de ayudante de dirección con alguno de los famosos
directores extranjeros que pasaban por Cinecitta, pero descubrió que él no
quería trabajar en las películas, sino vivir en ellas.
Por entonces escribía guiones que eran refritos de sus películas favoritas,
ante el pasmo de sus amigos, que no entendían cómo podía perpetrar esos
bodrios. El mejor o peor intencionado de ellos le dio el famoso consejo de
Hemingway, escribe sobre lo que conozcas.
Eso le hizo sentarse en su piso de Roma, desorientado por completo, sabiendo
que no volvería a trabajar en el cine y sin saber qué hacer con el resto de su
vida. Hasta que oyó una voz. Era la voz de una de sus tías de General Villegas.
La siguió durante treinta páginas que fueron el núcleo de La traición de Rita Hayworth, su primera novela. En esa epifanía,
Puig además había encontrado el método, el camino para escribir novelas y obras
de teatro no siendo escritor, con sus montones de dudas lingüísticas y que se
sentía incapaz de hacer una descripción. También escogió sus fuentes: los
melodramas, los tangos y boleros, los seriales radiofónicos, los consultorios
sentimentales.
Se mudó a Nueva York y entró a trabajar en una aerolínea para tener las
tardes libres y poder escribir. Tres años después acabó La traición de Rita Hayworth. Como no sabía qué hacer con el
manuscrito, pues estaba en Nueva York, no tenía agente literario y no conocía a
nadie relacionado con el mundo editorial, se la envió a un amigo y compañero en
el Centro Experimental de Cinematografía, Néstor Almendros, que en cuanto acabó
de leerla se la mandó a Juan Goytisolo, que ni corto ni perezoso la presentó al
Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, en el que quedó finalista.
A Carlos Barral, dueño y director de la editorial, no le gustaba el libro de
Puig porque, como advirtió muy acertadamente sin saberlo, no era una novela,
pero se fio del parecer de su comité de lectura y lo publicó. No sólo eso:
llamó a Tomás Eloy Martínez, como recuerda este, y le dijo que enviara
enseguida a su corresponsal de Nueva York a entrevistar a un escritor
deslumbrante que se llamaba Manuel Puig y había escrito una novela increíble.
Como la revista que por entonces dirigía Martínez no tenía corresponsal en
Nueva York fue él mismo a entrevistarlo. Fue así como Argentina conoció a
Manuel Puig.
Boquitas pintadas, su segunda novela, fue un gran éxito de ventas en Argentina, y ahí
comenzaron los problemas. La crítica arrugó la nariz, porque lo único que la
crítica no perdona son las grandes ventas, y constató con asombro que además
Manuel Puig no le debía nada a Borges. El mismo Borges mostró su desagrado por
la obra de Puig, porque una cosa es usar a Pascal o Averroes para escribir tus
cuentos y otra muy distinta usar a Alfredo Lepera. Se llegó a escribir que lo
que hacía Puig no era literatura, que había que mandarlo al Infierno de la
subcultura. De todo ello quiso vengarse Puig con The Buenos Aires affaire, novela que acabó provocando su exilio,
tanto por sentirse atacado por críticos y colegas como por verse amenazado por
la Triple A y señalado por el peronismo. Ya en el exilio Puig escribió su
novela más famosa y tal vez la más lograda en su método, El beso de la mujer araña, publicada también por Seix Barral. En
ella, dos presos comparten celda. Uno está encerrado por homosexual y el otro
es un preso político. El primero explica películas al segundo para entretener
las horas al tiempo que trata de sonsacarle datos sobre su célula guerrillera.
Parece ser que el título se debe a Pere Gimferrer. Puig siempre se quejó
amargamente de que en Argentina nunca hubiera una reseña del libro, ni siquiera
cuando se convirtió en película.
Después hubo más novelas y obras de teatro, pero no llegaron a la
repercusión de sus cuatro primeras obras, del todo todavía vivas mientras algunos
de sus críticos ya están muertos y olvidados. Vivió en Brasil y en México,
donde murió de una manera muy poco cinematográfica, en el postoperatorio de una
intervención por colecistitis. Volvió a General Villegas en una urna, siempre
un extraño en aquel western de serie B.
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