el vecino de mi abuela
Cuando leí Memorias de un nómada, de Paul Bowles, descubrí que
había sido vecino de mi abuela en Tánger, en los tiempos en los que fue ciudad
internacional, aunque mi abuela no tenía ni idea de quién era Paul Bowles y él
no conocía de nada a mi abuela.
Nacido en 1910, en Nueva York, sus abuelos alemanes le legaron sus ojos
azul pálido y su rubísimo cabello. Se escapó del estricto ambiente de su hogar
a los 19 años para irse a París. Allí se pone en contacto con la Lost
Generation y llega a publicar dos poemas en la revista Transition,
pero Gertrude Stein le persuade para que deje la escritura y se centre en la
música. Volvió a Estados Unidos y estudió composición con Aaron Copland, con el
que viajó por diversos países, incluyendo Marruecos. Empieza entonces su vida
de nómada. Vive en el Berlín de la República de Weimar, donde conoce a
Christopher Isherwood, que le dará su apellido a la indomable protagonista de Adiós
a Berlín. Vivirá allí unos años y después viajará por Guatemala y Honduras,
ya en compañía de Jane Austen, una escritora de raro talento, homosexual como
él, con la que acabará casándose.
Vuelve a Nueva York durante la guerra y escribe crítica musical para el Herald
Tribune. Jane le anima a escribir relatos, que irán apareciendo en
revistas. Cuando acaba la guerra los Bowles se trasladan a Tánger, que ha
recuperado su Estatuto Internacional una vez acabada la ocupación española. Es
allí donde el nómada Bowles encontrará por fin su lugar; no abandonará la
ciudad por largos períodos de tiempo hasta su muerte en 1999.
Cuando Cyril Connolly publique los relatos de Bowles en su revista Horizon
lo presentará a los lectores como un Hemingway para adultos. Más allá del
ingenio de la frase hay diferencias marcadas con Hemingway, en su visión de la
vida y la muerte, por ejemplo. Aunque para ambos la vida representa una especie
de prueba, un camino que hay que recorrer, una especie de deber, en Hemingway
es soportable por la amistad, el placer, el entusiasmo del juego e incluso el
de la violencia; en Bowles no hay nada agradable en la vida, nada que aligere
su carga salvo, tal vez, las cosas que liberan de pensar. Bowles es una especie
de puritano de Nueva Inglaterra ateo. En Memorias de un nómada explica
la repugnancia que le produce el tratamiento del sexo en El amante de Lady
Chaterley cuando la lee de joven. No hay un segundo de disfrute para sus
personajes, ni siquiera durante el viaje, que tanto gustaba a Bowles. Nunca nos
los muestra animados o felices por emprender el viaje; es más, se esfuerza por
detallar todas y cada una de las incomodidades que padecen.
El traqueteo del camión, la arena del desierto saltando al rostro o
colándose por el vestido. Dormir con la espalda recta en un banco de madera. El
vaivén del oleaje bajo una lancha pequeña. Para Bowles, la vida es una
fatalidad, que habría sido mejor no comenzar, pero que una vez en marcha no hay
más remedio que seguir hasta el final. Si la muerte en Hemingway es una
obsesión, una especie de monstruo contrario al placer que podemos encontrar al
vivir, para Bowles la muerte es como el último formulario que hay que rellenar
en un minúsculo puesto del desierto, ante un funcionario aburrido y deseoso de
marcharse a casa.
Una escena de Memorias de un nómada ilumina qué es lo que Bowles
encontró en Marruecos. Un anciano marroquí se aplasta los dedos con la puerta
de un camión al cerrarse y en vez de enfadarse y blasfemar da las gracias a
Dios. Bowles queda maravillado. La fatalidad y su aceptación, el maktub o
el “está escrito”, tan presente en la cultura musulmana, encaja con su estricta
visión. Junto con su agudo sentido del absurdo, de la falta de propósito de la
existencia humana, eso acerca a Bowles al contemporáneo Existencialismo, aunque
él no tenga nada de filósofo francés, al contrario. Le fascina lo irracional;
está muy interesado por las ceremonias mistéricas, por los danzarines
religiosos que acaban cayendo en trance, por las supersticiones, el mal de ojo,
la magia y la brujería. En Déjala que caiga el protagonista dice que el
kif le libera de la obligación de pensar y en La casa de la araña
parafrasea a Descartes para decir Pienso y aún así existo.
En la primera mitad de los cincuenta parece ponerse de moda pasar por
Tánger y visitar a los Bowles. Lo
hacen Tennesse Williams, Truman Capote, Gore Vidal o Patricia Higsmith. La Beat Generation lo adoptará como hermano mayor. En esa época
también viaja al interior de Marruecos y Argelia y graba música tradicional con
una vetusta grabadora portátil, con la que también grabará los relatos orales
que le hacen dos jóvenes marroquíes analfabetos huidos de sus casas, Mohamed
Choukri y Mohamed Mrabet, de los que será además traductor y editor.
Ya en los sesenta le parecía que el mundo se estaba volviendo muy
uniforme y parecido en todos sitios y por eso escribe Manos verdes, cabezas
azules, donde repasa los lugares remotos y las culturas diversas que ha
conocido. De todos modos, el lugar más extraño que Bowles dijo visitar en su
vida fue Los Ángeles. Su mujer inicia una relación con Cherifa, una de sus
criadas, de la que Bowles siempre sospecha que la envenena. Jane acabará
sufriendo una embolia, por la que ingresará en un hospital de Málaga, ciudad en
la que morirá y en la que está enterrada.
Tal vez por su formación como músico Bowles es muy riguroso en la
composición de sus novelas, en su estructura, lo que no está mal para que le
echen un ojo los novelistas que empiezan y que no se sientan obligados a ser un
Proust o un Joyce a las primeras de cambio. El oficio también cuenta y es
importante aprenderlo si uno no es un genio. A la larga, es el oficio lo que
hace que la obra se sostenga y permanezca,
Cuando en 1999 llegó la noticia de su ingreso en un hospital de Tánger me
sorprendió, por que yo le creía ya muerto, así que fue bastante extraño que me
lo resucitaran durante una semana de agonía para devolverlo a la muerte en la
que de todos modos no había estado. Recuerdo que le dije a mi abuela ¿Sabes que
este señor había sido vecino tuyo en Tánger? Y ella me contestó Pues tendremos
que hacer un poco de duelo, entonces.
Comentarios
Publicar un comentario