El hombre que sudaba bourbon
Como no podía ser de otra manera, el padre de Jim Thompson era un sheriff corrupto apodado Big Jim, que
tuvo que huir a México al poco de nacer el pequeño Jim para evitar ser
encarcelado por malversación de caudales públicos. El pequeño Jim pasó parte de
su infancia sin padre, al cuidado de su abuelo materno, que lo introdujo en
tres campos de estudio: la literatura, las mujeres y el wishky. Ya de vuelta,
Big Jim se llevó a los suyos de Oklahoma a Texas, donde hizo una fortuna con el
petróleo que perdió rápidamente con el juego. El pequeño Jim tuvo que ponerse a
trabajar y uno de esos trabajos fue el de reportero de sucesos. Cuenta la
leyenda que eran su madre y su hermana quienes tenían que hacer el trabajo de
campo, dado el disgusto que la sangre y las vísceras producían en el pequeño
Thompson. El trabajo duro, el alcohol y la tuberculosis le dejaron un tiempo
fuera de circulación y volvió para ponerse a trabajar como botones nocturno en
un hotel de Fort Worth, donde proveía de mujeres, alcohol y otras substancias a
los clientes. Un lío a partes iguales con la policía y la mafia local dio
origen al iniciático peregrinaje de Thompson a través de diversos estados y
ocupaciones: vagabundo, bracero, experto en explosivos, trabajador en un campo
petrolífero, proyectista de cine, reportero… en 1930 se matricula en la
Universidad de Nebraska para estudiar agricultura. No llega a terminar la
carrera, pero sí a casarse con una telefonista católica que le dio tres hijos,
le obligó a hacerse la vasectomía y nunca le concedería el divorcio. A finales
de la década se afilió al partido comunista, incluso fue denunciado por ello a
principios de los cincuenta, pero parece que los de McCarthy lo dejaron en paz.
Escribió novelas y relatos sin demasiado éxito hasta que publica Tan solo un asesinato en 1949, que le
reporta cierta fama. En los cincuenta inicia su colaboración con Lion Books,
una editorial de Nueva York a la que entrega doce novelas en dieciocho meses,
siempre en ediciones baratas. Con un estilo preciso y cortante, como el
cuchillo de un matarife, Thompson recrea de manera descarnada, desvergonzada y
feroz aquella América de ciudad pequeña, carreteras secundarias, pequeños timos
y sordas tragedias que le tocó vivir. Dos de sus personajes, los psicopáticos
Lou Ford, ayudante del sheriff, y
Nick Corey, sheriff, tenían un modelo
que Jim conocía muy bien: el Gran Jim, que había muerto en un asilo tras
comerse el relleno de su colchón.
Me sigue pareciendo increíble que se publicaran todas aquellas novelas de
Thompson en la América de Hoover, McCarthy y Eisenhower. Tal vez se deba al
prejuicio que pesaba sobre los escritores de misterio, que no se consideraron
escritores serios hasta que algunos intelectuales como Auden o Sartre los
reivindicaron. Un admirador de Thompson, Stanley Kubrick, le dio trabajo como
guionista en dos películas, Atraco
perfecto y Senderos de gloria,
aunque sin acreditar. Que Tarantino ha visto muchas veces Atraco perfecto es algo que advierte cualquiera que haya visto Atraco perfecto y sus dos primeras
películas, pues Tarantino siempre habló de Reservoir
dogs como una novela y Pulp fiction
es un título que lo dice todo.
A principios de los sesenta aparecen tres de sus mejores y más conocidas
novelas: 1280 almas, Los timadores y La huída, todas ellas llevadas al cine
sin que Thompson viviera para verlo. Tuvieron que ser los franceses, la
mismísima Gallimard, quienes valoraran el talento de Thompson en su justa
medida y lo invitaran a París con motivo de la edición francesa de 1280 almas en el número mil de la mítica
colección Série noire, nada menos.
Las vacaciones parisinas del escritor fueron divertidas y estuvieron muy bien
regadas, pero tuvo que volver a toda prisa a California porque su católica
mujer lo llamó diciéndole que uno de sus hijos había intentado suicidarese. Era
mentira, suponemos que piadosa. Siete años después, en su lecho de muerte,
Thompson se desmarcó de la Doctrina Kafka y no ordenó que quemaran sus
manuscritos, sino que los conservaran, pues estaba convencido de que se
revalorizarían con el tiempo. Acertó. Jim Thompson está sentado en el cielo de
la novela negra, si es que existe, junto a Hammet y Chandler, tal vez porque su
voz poderosa y original es algo más que una nota a pie de página en la obra de
los otros dos.
Murió un siete de abril. A su entierro no acudió casi nadie porque un
error tipográfico en su necrológica lo anunciaba para el día siguiente. Su
antigua amigo y editor, Arnold Hano, dijo que eso le pareció sacado de una de
una de sus novelas: algo entre la burla, la crueldad y el absurdo.
Comentarios
Publicar un comentario