El extraño caso del Dr. Destouches y Mr. Céline
Una de las pocas
veces que he sentido empatía por Céline fue al leer en Fantasía para otra ocasión que sus carceleros, al haberle permitido
conservar su título de medicina, en realidad no le habían quitado nada. Otra de
las veces es al leer la angustia que sufre Bardamú cuando ve que un pequeño
paciente se le está muriendo sin que sus conocimientos de medicina sirvan de
nada para evitarlo. La pregunta que surge entonces es esta ¿Era el Dr.
Destouches Mr Céline?
Louis-Ferdinand
Céline se alistó voluntario para luchar por Francia en las dos guerras
mundiales. Salió de la Primera con lesiones que afectaban al 75% de su cuerpo,
incluyendo un brazo inutilizado y unos violentos ataques de vértigo y sordera.
También trabajó como médico voluntario para la Sociedad de Naciones, en un
proyecto de vacunaciones en Camerún y una vez establecido en los suburbios de París
fue un médico atento y dedicado ¿Es todo eso compatible con su furioso alter ego, el autor-personaje de sus
novelas?
Céline debutó con
Viaje al fin de la noche, nada menos:
un furioso y demoledor ataque contra toda la prosa francesa anterior a él excepto
la de Rabelais y una feroz crítica al militarismo, el nacionalismo, el
capitalismo, el colonialismo y cualquier cosa que pase por allí. Ninguna
lectura me ha impactado más que las doscientas primeras páginas de El viaje, ni Capote, ni Shakespeare ni
la madre que me parió, os lo juro. Coincide conmigo Frédèric Bergbedder, que
dijo haberse sentido violado por este arrollador principio, un torrente de
palabras, furia y sarcasmo que te agarra por las solapas y te zarandea de un
lado a otro de la habitación. Después disminuye la intensidad, bien porque nos
hemos acostumbrado al tono o bien porque nos hemos quedado sordos –el lector de
Céline es alguien al que le gusta que le hablen a gritos, dejó escrito Bioy
Casares.
No olvidemos que
Céline era parcialmente sordo y que tal vez su sordera influía decisivamente en
su prosa. Leí en Genios, de Bloom que
Swift padecía una enfermedad que le producía zumbidos en los oídos y vértigos
terribles. Podría muy bien ser la Enfermedad de Méniere, que era la que padecía
Céline y tal vez sea el Méniere lo que explique el gusto por la satira feroz y
demoledora de ambos, su aguda misantropía.
Cualquier otro
escritor, menos fuerte o menos convencido de su talento, lo hubiera dejado
aquí, pero Céline no, y eso es a la vez una pena y una suerte. Una pena porque
Céline no superó nunca el nivel alcanzado con El viaje y una suerte porque en su obra posterior Céline iguala en
este o aquel pasaje su nivel, en especial en la inacabada y fantástica El puente de Londres. Pero el pecado de
Céline no fue literario, aunque partiese de allí. Cuando todavía era visto con
simpatía por la izquierda, aun cuando ya había asomado el antisemitismo en Muerte a crédito, Céline publica dos
libelos, Bagatelas para una masacre y
La escuela de cadáveres en los que
pide una solución al problema judío.
No causaron demasiado escándalo en su momento en una Francia tan antisemita
como Céline, pero poco después estallaría una Segunda Guerra Mundial y el curso
de la misma llevaría a un burócrata alemán llamado Eichman a dar la solución
que Céline pedía Una vez acabada la guerra Céline no podía quedarse en Francia
sin que los tribunales de la Depuración lo llevasen a la guillotina, por eso
escapa junto a su odiado Mariscal Petain hasta llegar a Dinamarca, donde lo
encarcelan año y medio hasta que lo juzgan. Por suerte para él, no accedieron a
su extradición a Francia. Es en la cárcel donde Céline escribe Fantasía para otra ocasión, donde se
incluye su frase más insólita y misteriosa: Todos son empleados; yo, no.
En cierta forma,
Céline, o mejor, Destouches, sufrió en sus carnes las consecuencias de los
desmanes de su alter ego en la
ficción, lo que le valió ya no sólo la cárcel, sino el ostracismo y la práctica
muerte civil, mientras que otros, como Coco Chanel, no sufrieron ningún tipo de
problema por su colaboración real durante la Ocupación. No es que Céline fuera
un santo, pues era antisemita y en sus cartas escritas desde la cárcel –por
cierto, la primera de ellas, a su abogado, está firmada como Céline-Destouches,
cosa que al editor de las mismas no le parece relevante destacar- muestra una
escandalosa falta de empatía por el sufrimiento ajeno, empezando por el de los
deportados, pero no era en absoluto el monstruo colaboracionista con el que se
le caricaturizó. Como ya he dicho, fue no sólo un soldado voluntario por
Francia en las dos guerras, sino también un médico atento y dedicado, lo que
contrasta con el nihilismo y el sarcasmo de su doble literario, pero también es
ese desdoblado el que lo explica en sus novelas, donde nos dice que él ama a
los seres frágiles y desvalidos, a los niños, a los gatos y a las bailarinas;
que a los hombres y mujeres sólo puede soportarlos cuando están enfermos, ya
que cuando sanan vuelven a ser arrogantes, atroces y espantosos.
¿Cuál es el
principal defecto de ese Céline escritor? Me lo dijo Claudio Magris en El Danubio: detrás de todo ese ruido y
esa furia de su prosa no hay nada, ni siquiera nihilismo. Céline es un profeta
apocalíptico, curiosamente muy divertido –Patrick Modiano, en El lugar de la estrella da la clave al
señalar las semejanzas entre Céline y Chaplin-, pero no propone nada para
salvarnos, porque nuestra salvación no le interesa, así que después de
escucharlo un rato y que no nos dé ninguna solución dejamos de prestarle
atención y sus palabras acaban por ser ruido y furia que nada significan. Como
la enfermedad de Méniere.
Murió el mismo
día que Hemingway, cuya mayor contribución a la libertad de Francia fue liberar
el bar del Ritz. La muerte de Hemingway ocupó las portadas de los periódicos.
La de Céline-Destouches, dos veces voluntario por Francia, inválido en un 75%
por sus heridas de guerra, apenas se mencionaba en el interior. Civilmente ya
llevaba varios años muerto. Sólo el tiempo dirá si su ruido y su furia
permanecen.
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