Shakespeare empezó siendo actor.
Las artes
interpretativas, ya sea la actuación, la lectura o el canto, no gozan del
prestigio de las artes que podemos llamar generativas o creativas. El
compositor nos parece más importante que el cantante, el dramaturgo que el
actor y el escritor que el lector. Consideramos las primeras un simple derivado
de las segundas y yo me pregunto ¿No es en muchos casos al revés? Los grandes
escritores suelen ser buenos lectores, Bach o Haydn fueron niños cantores y
Shakespeare empezó siendo actor.
Es gracioso que este
sea el motivo por el cual sus negacionistas, pertinaces como los de Darwin, los
del Holocausto, o los de la llegada del hombre a la Luna, proponen como
candidatos más dignos de haber escrito sus obras a Christopher Marlowe, sir
Francis Bacon o el decimoséptimo conde de Oxford. Un actor, profesión dudosa
aun hoy en día, carecía del rango social y de la educación necesaria para
escribir obras de tal excelencia. La respuesta más aguda y precisa a los
negacionistas la dio, cómo no, Oscar Wilde, al decir que las obras de William
Shakespeare las había escrito William Himself.
Carezco del
talento y del ingenio de Wilde, pero pretendo demostrar que, lejos de ser un
impedimento, la profesión de actor de Shakespeare es fundamental para entender
su teatro. Parece cierto que la formación reglada de Shakespeare distó de ser
muy amplia o exquisita: no pasó de estudiar en la Grammar School de Stratford y
su amigo Ben Johnson dijo de él que sabía poco latín y nada de griego. Sin
embargo, esta educación incompleta y este poco conocimiento de las lenguas
clásicas no le parecían obstáculos importantes al gran crítico inglés Samuel
Johnson, que en su Prefacio a Shakespeare (1765) argumenta que en la
época isabelina la lengua y la cultura inglesas habían llegado a un nivel de
desarrollo suficiente para traducir las obras clásicas con garantías y además
se traducían textos de otras lenguas modernas como el francés, el español o el
italiano; de todo esto pudo servirse Shakespeare, que era, según Johnson, un
lector diligente y curioso. Me parece evidente que parte de esta lectura debía
de tener un matiz profesional: no hay actor que no lea, mejor o peor, su papel;
así que Shakespeare debió de leer muchas obras de teatro a lo largo de su vida
y eso le dio la materia de su conocimiento ¿Se puede conocer mejor a los
tiranos o a los reyes o a las damas o a los traidores o a los héroes que
interpretándolos? Sospecho que la mejor de las universidades no es capaz de dar
un grado de conocimiento similar, así que parece obvio que Shakespeare aprendió
todo lo que sabía no en una universidad ni en una escuela de retórica, sino
actuando todas las noches en el teatro ante su público.
En consecuencia,
no escribe para los maestros de retórica, los filósofos o los eruditos y mucho
menos para los críticos teatrales, sino para ese público que crece con él y le
acompaña desde sus primeras obras hasta las últimas. Así, es probable que
conociera a Aristóteles y dudoso que conociera a Corneille, pero aunque
conociera a ambos no escribía para ellos y tal vez por eso no respetase las
unidades de tiempo, espacio y lugar. Tan importante como conocer los gustos del
público es respetarlos. Considerar al público por lo menos tan inteligente como
uno mismo es uno de los encantos de Shakespeare, que tiene la extraña cualidad
de engendrar arte en quien le escucha. De ese respeto nace también esa curiosa
actitud suya, que parece ajena a la moral. El público paga por ver actores,
romances, acción, muertes y no desfiles de ideas y mucho menos de doctrinas,
así que eso es lo que él les da.
Harold Bloom ha
señalado en diversas ocasiones que el rasgo característico de Shakespeare como
genio, su verdadero hallazgo, es el cambio que los personajes experimentan a lo
largo de sus obras y cómo ese cambio se produce después de que el personaje se
haya escuchado a sí mismo con atención. De nuevo creo que aquí influyó de
manera poderosa el actor sobre el autor: como el cantante de un coro, el actor
puede oír a los demás para saber dónde van sus frases o cuándo debe callar,
pero ha de escucharse con atención para asegurarse que dice lo que quiere
decir. Si pensamos en el personaje más famoso de Shakespeare, Hamlet,
advertimos que no hace sino escucharse a sí mismo todo el tiempo y no escucha
en absoluto a los demás, ni siquiera al fantasma de su padre.
¿Por qué
Shakespeare dio el paso de la actuación a la escritura? Si ni los escritores
saben por qué escriben dudo que nosotros podamos saberlo. Tal vez fue simple
necesidad económica. The King’s Men, su compañía, necesitaba obras de repertorio
y no iba sobrada de dinero para pagarlas. El bueno de Will accedió a
escribirlas. Conocedor de su oficio, del teatro de su época y lo que había
alrededor, con su gran talento natural, su inteligencia curiosa y despierta, se
puso manos a la obra. Observó, aprendió, corrigió y mejoró, yendo de la mano de
su público -nunca delante y nunca detrás- hasta el maravilloso país de sus
obras mayores. Después, se fue de Londres, cayó el telón y de lo que un actor
hace tras él nada sabemos.
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