Sábado por la tarde en el centro comercial
Paco hace meses que está raro. Se queda por la noche mirando el portátil hasta mucho después de que me haya dormido. A veces he intentado esperarlo despierta, pero levantándome a las siete, imposible. Si me voy a dormir después de las dos y sólo duermo cinco horas ya no soy persona al día siguiente, y de cara al público, pues tú dirás: que si tienes ojeras, Lali, que si qué te hará tu Paco por las noches... Eso quisiera yo, que me hiciera algo, pero nada, de higos a brevas y cada vez menos. Igual es que lleva casi un año en el paro, y eso que él tiene un oficio, que es soldador, pero teniendo más de cuarenta para los del paro es como si te hubieras muerto. Hambre no hemos pasado y mientras yo siga en el trabajo por el piso no hay que sufrir, pero de vacaciones y caprichos, nanay. Mira que fue guapo el viaje a la Rivera Maya, o cuando fuimos a Tailandia, que Paco estaba que no vivía con aquello del muay thai, que hasta un tatuaje nos hicimos los dos. Y él no estaba tan gordo, que se lo digo, Paco, si tienes que seguir yendo al gimnasio que no pasa nada, que nos lo podemos permitir, que él estaba muy fuerte con todo eso del boxeo y el muay thai, pero claro, al dejarlo, pues se ha puesto fofo, ha engordado. Pero nada, ofendido y todo. Que no le tengo que pagar yo nada. Si lo pago para mí, tonto, para que te pongas como cuando nos casamos, que entonces sí que sí, no parábamos. Ahora todo es acabo de cenar y me voy a mirar el portátil. Se me ocurrió que estaría mirando porno, porque un hombre si no te toca es que le toca otra o se toca él, así que me puse a verlo yo también, a ver qué sabían hacer esas guarras que no sepa hacer yo. Bueno, a ver, guarras tampoco, que es un trabajo como cualquier otro: una es cajera y otra es actriz porno. Y como ya tenía el piercing y el tatuaje pues me afeité del todo y total, para qué, porque todavía no se ha dado cuenta. El problema, además, es que como casi nunca sale de casa pues me ha sido muy difícil cogerle el portátil, pero hace como dos semanas me dijo que se iba no sé dónde, con un amigo suyo de esos que sacan los canarios al parque. Un majarón que una vez nos contó que había ido al médico de cabecera a pedirle una receta de gotas de cortisona para dárselas a los canarios y que cantasen mejor. Así son los amigos de mi marido. Total, que le cogí el portátil. El muy tonto tiene de contraseña mi nombre y mi fecha de cumpleaños, a ver si eso no es un detalle. Me esperaba una lluvia de videos porno, pero nada, y cuando fui al historial me quedé de piedra: Cómo sobrevivir en el desierto, cómo sobrevivir en la selva, cómo cazar sin armas, cómo depurar y tratar el agua, cómo construir un aislamiento eficaz frente a radiaciones, mil platos que puedes hacer con conservas. Por qué mirara esto este hombre, me pregunté. Ya se sabe que los hombres son como niños toda la vida, que a los cincuenta se juntan diez amigos y se van a un paint ball de esos. Me dije que cuando íbamos de camping Paco parecía que se iba a Vietnam y eso que siempre íbamos de bungalow. La verdad que hubiese entendido mucho mejor que estuviese viendo porno, incluso del peor, pero que esto me dejaba fuera de juego, no sabía qué hacer. Me dio cosa de que él se enterase de que le había cogido el ordenador. Me daba hasta miedo preguntarle que qué miraba en él. Esa noche y las siguientes, al irme a la cama me quedé despierta y cuando veía la luz encendida por debajo de la puerta me preguntaba qué estaría mirando Paco en ese momento. Para qué se estaba preparando o qué pensaba hacer. Me tranquilizaba a mí misma diciendo que por lo menos no había consultado ni una sola página para conseguir armas, fabricar explosivos o una cosa de estas. Al mediodía lo miraba mientras comíamos e intentaba adivinar lo que estaba pensando. Y en esas que este miércoles, allí sentados, en la cocina, me dice Este sábado por la tarde podríamos ir al centro comercial. Claro, le dije, claro que sí, mi amor. Hace casi tres años que los fines de semana no vamos a ninguna parte, ni siquiera a comprar juntos, si exceptuamos el super del barrio, y desde hace un año es que ni siquiera sale de casa. Podríamos ir a tomar algo a una cafetería, me seguía diciendo. Claro, le dije, o al cine. Se encogió de hombros. Bueno, al cine, no sé y luego me mira, me sonríe y me dice Tú podrías comprarte ropa bonita, que cada día estás más guapa y yo pensando Lástima tenerme que ir a trabajar ahora, porque podríamos hacer juntos la siesta y que él viese que me he afeitado por él. Me fui hasta contenta al trabajo. Los días siguientes él no hizo más comentarios, pero yo no dejaba de pensar en ir el sábado por la tarde al centro comercial.
Y aquí estamos. Nos hemos arreglado después de comer, hemos ido al garaje, nos hemos subido al coche y hemos venido hasta el centro comercial, que está en un polígono a la salida de la ciudad. Mucha otra gente ha pensado lo mismo y también ha venido en coche hasta aquí. Hemos tenido que esperar para poder entrar en el parking y después hemos dado unas cuantas vueltas para poder aparcar. Familias enteras, de la abuela a los niños, suben por las escaleras mecánicas. También pandillas de jóvenes, ellas muy descaradas con el ombligo al aire y ellos llenos de granos y haciéndose los peligrosos. Habrá crisis, pero todo el mundo está aquí el sábado por la tarde. Las cafeterías llenas, las tiendas a reventar, cola en los multicines. Entramos en H&M, en Mango, en Zara. Hay un montón de ropa. Me cojo unos pantalones aquí, una camiseta allá, una blusa, una pulsera, una bufanda. Al principio estaba como loca de contenta y le enseñaba todo lo que cogía a Paco, pero él estaba en otra cosa. No paraba de mirar el reloj. Por qué no te buscas algo que te guste para ti, le digo. Se encoge de hombros. En Zara le compro una colonia que huele a cuero, a hombre, como a mí me gustan, y se la doy a oler y también se encoge de hombros. Se me cae el alma a los pies. Había sido idea suya venir ¿Qué le pasa? Le señalo la tienda de Intimissimi y ya me lanzo y le digo ¿Entramos y miramos algo picante para que me lo ponga y te guste, una tanguita o una cosa así? Se pone rojo de repente y me dice Qué cosas tienes, Lali y me sigue al interior de la tienda arrastrando los pies. Lo voy observando por el rabillo del ojo y ni siquiera mira los maniquíes en bragas, no sé qué le pasa a este hombre, ni los carteles con esas tías que me ponen hasta a mí. Total, que me compro dos tangas, un liguero, un corpiño y un camisón casi transparente y como si comprase media pescadilla y cuarto y mitad de calamar. Cuando salimos me cuelgo de su brazo y le digo Ahora podríamos ir al cine y me dice No, ahora es hora de merendar, vamos a merendar. Uy, merendar. Desde que iba a la EGB que este hombre no sabe lo que es merendar. Me empiezo a mosquear con todas las bolsas de la compra en una mano y la otra mano en su brazo. Pasamos de largo tres o cuatro cafeterías y entramos en la que parece que está más vacía. Hay una mesa muy grande al fondo, con unas quince personas sentadas alrededor. Me llama la atención un hombre que está sentado con la espalda apoyada en la pared. Tendrá unos sesenta años, lleva el pelo largo y un collar de esos que llaman étnicos. Dejo las bolsas en una silla de la primera mesa que veo libre y Paco me coge por el codo y me dice No, aquí no, vamos allí. Para mi sorpresa, allí quiere decir en la mesa grande en la que están las quince personas sentadas. Nos quedamos de pie junto a ella y Paco dice Hola, soy Paco... Eternal Fighter. Nos miran. Tienen todos pinta de ser profes de instituto, oficinistas. No parece que haya ningún soldador o cajera entre ellos. Nos dan la bienvenida. El hippy del pelo blanco me mira muy descarado y le dice a Paco ¿Quién es esta mujer? Paco contesta Es Lali, mi mujer ¿Está evolucionada? No, dice, Paco, pero es más lista que yo y respondo por ella, seguro que entiende todo muy rápido. Me viene un mareo, hasta ganas de vomitar ¿De qué están hablando? El hippy se me queda mirando sin decir nada y después es como si los ojos se le hiciesen humanos y hasta sonríe. Dice De acuerdo y nos sentamos. Como iba diciendo, empieza a hablar el hippy, Hemos de estar preparados. Los acontecimientos van a precipitarse y no creo que se retrasen más allá de fin de mes. Noto un escalofrío. Cada uno de vosotros tenía una tarea y espero que la hayáis cumplido. De eso depende nuestra supervivencia. Estela Plateada ¿Has conseguido preparar suficientes bolas alimenticias para resistir? Un hombre gordito, con perilla, que lleva un jersey a rayas horizontales, dice Sí, Gran Uno. Iron Butterfly ¿Tienes preparados los filtros anti radiación para el agua? Una mujer, con el pelo rizado y gafas de pasta de color rojo, que lleva puesto un vestido de Desigual que me quise comprar el año pasado, contesta Sí, Gran Uno. Eternal Fighter, Mi paco, me digo a mí misma, ¿Tenemos a punto las planchas de aislamiento? Sí, Gran Uno. Jefe Rojo ¿Podrás asegurar las comunicaciones por lo menos un mes? Sí, Gran Uno. Y así, el Gran Uno este va preguntando cosas y todos le dicen Sí, Gran Uno y cada vez se le ve más satisfecho, se le hacen unas arruguitas en los ojos. Tened en cuenta, dice, que es fundamental resistir. Cuando pase La Catástrofe estaremos en un refugio seguro, pero tenemos que hacer que ese refugio siga siendo seguro por lo menos un mes, hasta que nos vengan a buscar. Que nos venga a buscar quién, quiero preguntar, pero me doy cuenta de que no es el momento para preguntas. Ahora os desvelaré dónde está el refugio, dice el Gran Uno, y saca un mapa y lo pone encima de la mesa. Señala un punto con el dedo. Esta es la casa rural. Es amplia y contamos con hasta diez habitaciones, con despensa, bodega, sótano y leñera. La alquilan para grupos. No es barata. Me tenéis que dar quinientos euros cada uno. Pero qué dice, me digo. Os aseguro que el alquiler por un mes es mucho más caro, pero claro, no habrá quién cobre el alquiler de aquí a un mes. Risitas. Se ríen, estos panolis. Sacan las carteras y empiezan a aflojar la pasta. Estoy tan absorta que no me doy cuenta de que Paco también ha sacado la cartera y que saca cinco billetes verdes de cien euros. No puedo creerlo. Le miro. Miro a este hombre con el que estoy casada y no puedo creerlo. El Gran Uno reúne y cuenta los billetes. Siete mil quinientos euros nada menos. Los mete en un sobre, que deja sobre la mesa, frente a él. El domingo que viene, a las ocho de la mañana, dice, todos en El Refugio. Si todos cumplimos nuestras obligaciones, hacemos nuestras tareas y nos esforzamos por el grupo, la humanidad tendrá una oportunidad, gracias a Los Benefactores. Al decir Los Benefactores todos ponen la cara que se pone en la iglesia cuando se reza el Padrenuestro. El Gran Uno se levanta, se pone una cazadora de cuero de piloto de combate y se guarda el sobre con los siete mil quinientos euros en el bolsillo interior. Hasta el domingo que viene, hermanos, y mirándome me dice Bienvenida, Lali. Recordad que no tenéis que salir todos a la vez, espaciad la salida. Se apartan para dejarlo pasar y se larga tan tranquilo por la puerta. Los otros se van levantando cada dos o tres minutos, hacen una inclinación con la cabeza y se largan. Nosotros somos casi los últimos en irnos. No tengo valor para mirar a Paco a la cara. Nos cruzamos con los grupos de jóvenes que ahora están sentados en corros, comiendo yogur helado. Veo a la gente entrando y saliendo de las tiendas, cargadas de bolsas, felices. A un guardia de seguridad que hace pasar otra vez a un chico por el arco antirrobo. Cuando bajamos por las escaleras mecánicas sube por el otro lado una parejita que se besa. Él le pasa la mano por el pelo a ella y ella le pone la mano sobre el pecho a él. El domingo que viene. La Catástrofe. Pienso en los dos tangas, el liguero, el corpiño y el camisón casi transparente que me he comprado, en lo que le pueden importar a un hombre que ha preparado unas planchas de aislamiento para salvar La Humanidad, nada menos. Llevo todo este rato queriendo decirle dos cositas sobre los quinientos euros que le ha dado al de la cazadora, pero procuro esperar a llegar a casa, porque me da que en cuanto empiece a hablar no voy a parar y la cosa va a acabar en chorreo. Subimos al coche y salimos del parking. Miro por primera vez a Paco a la cara. Está ilusionado, feliz. Me mira y por primera vez en meses me sonríe. Es como si hubiese bajado una palanca o tocado una tecla: pienso en la cantidad de semanas que llevo de doblar turno en la caja y descargar camiones, mientras el zoquete este, que ahora no sé si me da más rabia o miedo, chateaba sobre el fin del mundo, o los marcianos o quién coño sean Los Benefactores. Pienso en que le ha regalado quinientos euros a un charlatán y me digo Mira, hasta aquí; voy a devolver lo que hemos comprado, este no me va a poner una mano encima por una larga temporada y va y me doy cuenta de que me he dejado las bolsas con lo que hemos comprado en el café y me sube como un chorro de palabras a la boca y ahora sí que ya no puedo parar.
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