viejo camarada comandante de campo cohen

No tenía previsto ir a Huesca y de todos modos acabé en Huesca un sábado por la tarde y después de pasear, comprar, ver tocar a medio centenar de chicas y chicos instrumentos de viento en una plaza de esquinas rosadas algo que parecía de Häendel y disfrutar del viento del norte y el mudéjar entré en una librería, pues siempre me gusta comprar un libro en las ciudades que me han tratado bien, y allí estaba, El libro de la Misericordia, con un sombrero gris en la portada. Y lo compré. Pues si no puedo escribir libros, puedo comprarlos y hacer que me pertenezcan un poco.
Leí en la contraportada que el libro había sido escrito en una caravana anclada en la Provenza y fue inevitable pensar en la cantidad de horas perdidas en un camping de Herault, un poco más al sur, junto a Agde o Séte, las distintas maneras de emplear el tiempo, la diferencia de talento entre uno y otro, los diferentes métodos de desperdiciar lo que se nos ha dado. Más tarde, después de la cena, después de horas de rodar por carretera secundarias, entre campos asaltados por mayo, adentrándonos en un crepúsculo como de película americana de las de coches y carreteras y problemas existenciales, después de Ejea de los Caballeros, cuando leo el libro, que Cohen ha escrito para hallar consuelo, y como me pasa siempre que leo algo que me gusta mucho, se despierta en mí el anhelo de imitar y escribir.
¿Qué le diría a Cohen si pudiera cruzarme con él alguna vez? -aunque dadas las circunstancias, espero que eso tarde mucho en llegar ¿Le diría que sin saberlo la primera canción que escuché de él era nada menos que su versión de El pequeño vals vienés de Lorca? ¿Que Lorca me gustó siempre y me gustó más porque imitarlo era suicidarse y que me gustó más aun cuando leí a más poetas? ¿Que cuando llegó Poeta en Nueva York que había encargado por correo a casa sonaba precisamente Take this waltz? ¿Q le agradezco que me enseñara que las mujeres también pueden amar a los feos? ¿Darle las gracias por su discurso al recibir el Príncipe de Asturias? ¿Decirle, tal vez, que yo también había tratado de escribir poemas y que sentía que de algún modo él me demostraba que podían escribirse?
No, seguro que no le diría nada. Ambos tímidos no sabríamos qué decirnos. Tal vez como mucho alzaría un poco mi vaso de vino, como los jugadores del viejo café francés que él describe en su libro, su libro que me acompaña ahora a todas partes, como un extraño animal de compañía, como algo valioso, que tal vez perderé en un taxi.
Viejo camarada comandante de campo Cohen: gracias.


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